Biografía

P. Aloizy Liguda, misionero del Verbo Divino, nació el 23 de enero de 1989 en la aldea de Winow en la región de Opole. Sus padres se llamaban Wojciech Liguda y Rozalía Przybyla. Fue el último de siete hermanos. En un ambiente auténticamente religioso y cordial Aloizy iba aprendiendo de su madre la modestia y el cumplimiento silencioso de los deberes cotidianos. De su padre aprendió la aplicación al trabajo y el compromiso en la vida parroquial, pues su padre era organizador y guía de las peregrinaciones a pie a los santuarios de Wambierzyce y el Monte de Santa Ana. En la escuela primaria, que empezó a los seis años, Aloizy destacaba por la rapidez de pensamiento, aplicación y excelentes notas. Educado en un ambiente de contacto con la Iglesia, deseó entregarse a su servicio. Por las publicaciones religiosas se fue enterando de las misiones. Lo atraía la lejana China, África… Con 15 años fue admitido en el Seminario Menor de los Misioneros del Verbo Divino en Nysa, en la casa de la Santa Cruz. La guerra interrumpió su educación. En 1917 fue alistado en el ejército y como artillero llegó al frente francés. En la vida de soldado nunca perdió sus convicciones adquiridas en casa y en el seminario. Una vez finalizada la guerra terminó la secundaria y en 1920 entró en el noviciado en Sankt Gabriel en Mödling, cerca de Viena, donde los verbitas tenían su casa central. Durante el noviciado estalló la sublevación de Silesia. Aquel suceso lo hizo sufrir mucho, especialmente por las cartas que recibía de su padre perseguido por pertenecer al bando polaco.

Terminado el noviciado fue enviado a Pieniezno para hacer prácticas. Se dedicaba a dar clases de latín y matemáticas. Después fue, de nuevo, a Sankt Gabriel para continuar sus estudios. Sobre todo le gustaba la dogmática y la historia de la Iglesia. En las demás materias también sacaba muy buenas notas. El 26 de mayo de 1927 recibió la ordenación sacerdotal. Celebró la Primera Misa en Sankt Gabriel. Su gran ilusión era trabajar de misionero en la China o en Nueva Guinea. Sin embargo, recibió el destino para la Provincia Polaca. Lo acogió con alegría y en otoño de 1928 llegó a Polonia. Estuvo por un tiempo en la Casa Provincial en Gorna Grupa. Los superiores lo destinaron a seguir estudiando, pues había una gran necesidad de profesores. Después de aprobar los exámenes complementarios para conseguir la autorización de sus estudios en Polonia, empezó a estudiar filología polaca en la universidad de Poznan. En el 1934 consiguió el diploma con la tesina titulada: “Gal Anonim como literato”. En Poznan estuvo trabajando simultáneamente de capellán y catequista en el colegio de las Hermanas Ursulinas en la calle Sporna. En sus charlas y conferencias que cada semana solía dirigir a las alumnas, intentaba poner en práctica la encíclica del papa Pío XI “De la educación cristiana”.

Al abandonar Poznan, a petición de las Hermanas y de las alumnas, recopiló las conferencias y las editó en el libro titulado “Audi filia”. Quería “recordarles no solamente los años escolares, sino también los antiguos ideales y animarlas con el nuevo pensamiento religioso”. El libro encontró buena acogida entre la juventud y los pastoralistas. Tanto unos como otros le insistieron que editara otras conferencias suyas bajo el título: “Hacia adelante y hacia arriba”. Este libro también fue bien recibido. El autor mismo reconoció: “¡Cuán agradecido estoy a la Providencia Divina! Me permitió asomarme a un mundo que desconocía, el mundo del alma femenina”. Las dos recopilaciones de conferencias contienen una cuidadosa reflexión del P. Liguda sobre las palabras de la Biblia: “Si conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10) en relación con la mujer y sus obligaciones. El P. Liguda editó otro libro bajo el título: “El pan y la sal” que contiene comentarios homiléticos para cada domingo del año. En estos comentarios se revela más claramente su personalidad. Refiriéndose a las palabras de Jesús “he salido del Padre y he venido al mundo” escribió: “Tan sólo hace falta que me acuerde de sus palabras a tiempo y me fortalezca con ellas. Ellas me preservarán de la tristeza, protegerán de la desesperación. Podré llevar la cabeza bien alta a pesar de las derrotas y humillaciones. ¡Puedo ser tratado con bajeza, pero nunca rebajado! Las revoluciones pueden arrancarme todos los diplomas y títulos, pero la filiación divina no me la arrancará nadie. Aunque me pudra en las mazmorras o me conjele de frío, simpre repetiré estas preciosas palabras: “Del Padre he salido”, siempre Dios será mi Padre”. Posteriormente, ya en el campo de concentración, de este convencimiento nacía su optimismo, alegría, resistencia, esperanza, porque siempre se sentía hijo de Dios aún en las peores circunstancias.

Después de su llegada a Gorna Grupa, el P. Liguda fue profesor de idioma polaco y de historia en los cursos superiores. Los domingos y festivos trabajaba pastoralmente en el cuartel de Gorna Grupa. Los días libres de clases y durante las vacaciones se dedicaba a predicar retiros en casas religiosas y en las parroquias.

En junio de 1939 se le encomendó la tarea de ser el rector en Gorna Grupa. Estalló la guerra. El invasor transformó el convento en cárcel para los de casa y para unos 80 sacerdotes y seminaristas de las diócesis de Chelm, Wloclawek y Gniezno. El P. Malak escribe en su libro “Los sacerdotes en campos de concentración”: “Nos recibe el P. Rector Liguda. Su fuerte silueta en sotana con valentía y autoconfíanza camina entre los SS. Eso anima. En los días y semanas posteriores nos animaba con su gran amabilidad y un particular sentido del humor. Agradecíamos su presencia porque hablaba como un profeta, calentaba como el sol, atravesaba la sala como el ángel de la paz con palabras de bondad en la boca”. Hubo esperanzas de que los sacerdotes fueran liberados. Pero el 11 de noviembre llegó un autobús para llevar a 15 sacerdotes y 2 seminaristas de la diócesis de Wloclawek. La intervención del P. Liguda no surtió efecto. Todo el grupo fue fusilado en el polígono militar de Grupa. A su modo, supo consolar e infundir nueva esperanza a los abatidos sacerdotes y cohermanos. Se daba cuenta perfectamente de la peligrosidad de la situación. La tarjeta que envío a su familia por Navidades era muy significativa: Cristo con la cruz acuestas encabeza una procesión de sacerdotes, cada uno con su cruz.

 

Martirio

El 5 de febrero los internados fueron llevados a Puerto Nuevo en Gdansk. Era una filial del campo de concentración de Stutthof. En condiciones de hambre, suciedad, trabajo duro y golpes, el P. Liguda era también aquí “el buen ángel”. Era uno de los organizadores secretos de la misa del Jueves Santo y la repartición de la comunión. Para muchos era el viático. En los primeros días de abril fue llevado al campo de concentración de Grenzdorf y, posteriormente, a Sachesenhausen. El purgatorio se transformó en infierno. A pesar de todo su destino fue más benigno. Gracias a su excelente conocimiento del alemán fue destinado al cuidado de la sala y la enseñanza del alemán. Uno de los “alumnos” cuenta una de aquellas “clases”: “Se empezaba por poner guardias en cada ventana para advertir la aproximación de la SS. Mientras tanto, el P. Liguda contaba chistes, de los que tenía un inagotable almacén. De vez en cuando, tenía una charla sobre varios temas o algún que otro sacerdote compartía su saber con los demás”. A veces, al P. Liguda también lo maltrataban los guardias del campo. “Me acuerdo perfectamente -cuenta uno de los compañeros de la desgracia- como el p. Liguda temblaba después de haber recibido diez azotes con una barra de hierro por haber parado un momento en el trabajo”.

En un cierto momento parecía que el P. Liguda iba a ser liberado. Lo llevaron al médico que, a menudo, era señal de la liberación. Pero el 14 de diciembre de 1940 lo trasladaron a Dachau, donde recibió el número 22604. Hasta después de la guerra no se supo que podía haber sido liberado. El Generalato intercedía a través de la Nunciatura en Berlin. También lo intentaba la familia. Según la respuesta de la Gestapo, podemos constatar que no pudo ser liberado porque él mismo declaró que era polaco y que en el futuro quería trabajar en Polonia. La Gestapo añadió además que, por pertenecer a la clase intelectual, durante el tiempo de la guerra tenía que permanecer separado del resto de la sociedad. A pesar de todo existían condiciones objetivas para su liberación: su familia tenía ciudadanía alemana, él mismo fue soldado del ejército prusiano, sus hermanos cayeron en las batallas de la I Guerra Mundial. También intercedía por él el pastor protestante de Gorna Grupa, porque el p. Liguda defendió a su familia y a la diaconisa de la reacción airada de la gente después de la agresión alemana a Polonia. Dicho pastor defendió ya una vez al P. Liguda todavía en Gorna Grupa cuando estaba amenazado de ser fusilado. No cambió sus convicciones ni por el precio de la liberación.

Lo que más agotaba a los sacerdotes en Dachau eran las marchas que se prolongaban durante varias horas en la plaza del campo. En ellas había que cantar siempre las mismas canciones. De vez en cuando, al P. Liguda le tocaba dirigir esas marchas. Uno de los testigos oculares cuenta que su preocupacion era desaparecer de la vigilancia de los guardias. Aparentemente ensayaba canciones, explicaba la letra, pero en realidad animaba con anécdotas a los abatidos prisioneros.

En enero de 1941 una parte del campo quedó afectada por la epidemia de sarna. Los enfermos fueron trasladados a otro bloque. Allí permanecían apretujadas 1000 personas aunque el sitio no daba más que para 400. Disponían tan sólo de colchones, mantas y ropa interior. Las temperaturas eran bajo cero, pero las ventanas estaban abiertas y el hambre agotaba a todos. En la terrible desesperación el P. Liguda animaba con sus cuentos. No se dejaba abatir. A pesar de que cada día sacaban nuevos cadáveres él mantenía las pocas esperanzas que le quedaban. Después de volver a su pabellón fue destinado al difícil grupo del transporte. Su superior inmediato fue Rogler, uno de los guardias más crueles. Solía encargar trabajos muy duros y no dejaba a los prisioneros descansar ni un minuto. El fuerte organismo del P. Liguda, agotado por el tratamiento antisarna, empezó a debilitarse. Por desgracia, durante el trabajo en un pabellón un ruso encendió un cigarrillo. Era una falta grave. En ese momento e inesperadamente entró Rogler. El fumador apagó el cigarrillo pero quedó el humo. El guardia dirigió la pregunta al P. Liguda: “¿Quién ha fumado?” La situación se hizo muy tensa. Decir “yo no he sido” significaría traicionar a los demás. Le quedaba cargar con la culpa. “Fui yo” respondió el P. Liguda. El guardia, furioso, lo llevó a su habitación. La cara hinchada y un moretón debajo del ojo izquierdo fueron las marcas del castigo recibido. Posteriormente el verdugo se puso a registrar su ropa. El cigarrillo no aparecía por ningún lado. “¿Dónde tienes el cigarrillo?” preguntó. “No tengo ninguno” fue la respuesta. “¿Eres sacerdote y mientes? Tú mismo te has delatado”. “Fumé, pero hoy no”. Finalmente, el auténtico culpable se delató y se terminó con la torturo del P. Liguda. Pero a partir de ese momento el verdugo lo tendría siempre en su memoria.

Como consecuencia de las torturas y el agotamiento anterior le aparecieron síntomas de pulmonía. Lo llevaron al hospital. Las condiciones allí eran mejores. Pudo recibir paquetes de los padres y bienhechores y rápidamente se repuso. De repente, lo trasladaron al grupo de los minusválidos, lo que significaba la pena de muerte. Era consciente de ello y lo atestigua en su última carta escrita un mes antes de la muerte: “Dentro de poco mi madre cumplirá 84 años. Le deseo una larga vida, pero no me gustaría que sobreviviera a su hijo más joven, Eso significaría para ella realmente una tragedia. Yo personalmente, a menudo, pienso que pronto volveré a la casa de mi Padre y de mis hermanos. Tal vez la Providencia me lleve a través de muchos peligros para hacerme más maduro y rico espiritualmente…” En el camino al lugar del martirio dijo a un preso empleado en la secretaría del campo: “Cuando os enteréis que estoy muerto, sabed que habrán asesinado a un hombre sano”. Según el relato de uno de los enfermeros todo el grupo de 10 personas fue ahogado de forma brutal. Por el campo rondaba la noticia que al P. Liguda, antes de ahogarlo, le cortaron tiras de piel. Y todo por deseo personal del responsable del pabellón 29. Fue la venganza del guardia por haberle llamado la atención el P. Liguda a la hora de repartir injustamente las raciones de comida y perjudicar a los pacientes. El guardia, furioso, apuntó en el último momento en la lista de los “minusválidos” al hombre que intentó defender a los que morían de hambre. Su muerte tuvo que ser terrible. El mismo guardia de la sección que participaba en la ejecución confesó a sus amigos que no le gustaría hacer algo semejante nunca más. El P. Liguda terminó su vida martirial en la noche del 8 al 9 de diciembre de 1942, en la fiesta de la Inmaculada, de quien era un gran devoto. La madre del condenado recibió la siguiente noticia: “Su hijo, Luis Liguda, nacido el 23 de enero de 1898 murió el día 8 de diciembre de 1942 en el hospital local a causa de una pulmonía”. Engañaron a la anciana puesto que la muerte no fue por enfermedad sino por la crueldad que usaron con él.

El P. Liguda permaneció en la memoria de los compañeros de los años del martirio como un hombre providencial. Hizo mucho bien a los sacerdotes en su servicio dentro del campo, especialmente a los más necesitados, ancianos y enfermos. Intercedía por ellos. Era un hombre santo, un auténtico apóstol del humor y del optimismo. Él mismo escribió en una ocasión: “Cumplimos nuestros deberes como ciudadanos del tiempo presente”.

A pesar de las condiciones del campo procuraba cumplir con su misión también con los que lo perseguían. No se echaba atrás de las provocaciones por parte de las personas de otras ideologías, de los guardias, del mismo comandante. Entraba en las así llamadas “discusiones bíblicas” en las que algunos intentaban poner en ridículo la religión. Uno de los testigos recuerda estos rasgos: “Con su postura impecable, su superioridad espiritual e intelectual hacía callar a más de un ateo. El deshacerse de ese “orgulloso cura” llegó a ser una cuestión de honor. Sus dotes lo habían llevado a ser nuestro protector, guía. Los sacerdotes acudían a él y en Dachau el P. Liguda estaba junto a ellos. Era un hombre santo. Él fue para mí el símbolo de la seguridad, como un baluarte, siempre tranquilo, sereno, sonriente, siempre correcto. Los alemanes le pegaban a él, en vez de a nosotros. Pero también lo respetaban. Les hablaba con toda claridad. Nunca nos descuidaba para sacar provecho propio. Durante la época que le toco ser el encargado de nuestra sala, y repartía el pan, nuestros ojos vieron que era un hombre recto, honesto y un sacerdote según el Corazón de Dios. Durante los años en el campo no siempre estuvimos juntos, pero cuando lo encontraba siempre fue para mí un apoyo moral, siempre paternal, siempre santo. Cuando en la plaza su número fue designado para presentarse al grupo que iba a ser trasladado a la mañana siguiente, la misma noche fuí a verlo. Lloré despidiéndome de él, estuvo sereno, tranquilo, contemplando otra realidad. Sólo repetía: “Dios lo sabe todo”.

Beatificado por Juan Pablo II el día 13 de junio de 1999.