Lc 1,39-45
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
El relato sobre la visita de María, una mujer campesina, nazarena, a
su prima Isabel, una mujer con edad avanzada, ubicada en la zona
montañosa de Judá, realmente me ha permitido recordar una pequeña
experiencia, cuando con algunos catequistas y familias, visitamos
dos familias en las comunidades de Masaya y Calería pertenecientes
a la parroquia Nuestra Señora de La Natividad de Tambillo, en el
altiplano, esto sucedió el mes de agosto pasado.
Visitamos estas dos familias con la imagen de la Virgen de Copacabana,
haciendo eco de la preparación para el centenario de su aparición en
Copacabana. Esas dos familias en sencillez, nos recibieron con tanta
alegría y amabilidad. Después de colocar la imagen en las mesas que
habían preparado, los miembros de esas dos familias se acercaron a
la virgen arrodillándose y llorando para dejar sus flores y elevar sus
peticiones. Realmente fue una experiencia llena de sentido.
Los acompañe cariñosamente y animándoles para poner toda la vida
en la presencia de Dios. Les dije: “No hay lugar más grande, más
bello y más alto en esta vida, que estar sólo a los pies y en la presencia
del Señor. Alegrémonos y regocijémonos, pues la madre del Señor
nos visita”.