Cambiar Miradas para Cambiar el Futuro

Todos soñamos con un futuro mejor, pero nos cuesta cambiar nuestras miradas del presente. Cambiar miradas para cambiar el futuro implica una responsabilidad tanto personal como comunitaria.  El filósofo Emmanuel Lévinas nos dice el rostro del otro nos habla. La ética de la alteridad de Lévinas nos invita a mirar más allá de contexto físico y social. Por eso, la mirada de amor, compasión, solidaridad y fraternidad no tiene fronteras porque contempla en la visión de Dios, fuente de toda esperanza.

Papa Francisco nos comenta sobre las 3 miradas de Jesús a Pedro que transformó su corazón. La primera, la mirada de la elección, con el entusiasmo de seguir a Jesús. La segunda, la mirada del arrepentimiento en el momento de aquel pecado tan grave por haber renegado a Jesús. La tercera mirada es la mirada de la confirmación de la misión: «Apacienta mis corderos», «Pastorea mis ovejas», «Apacienta mis ovejas» (cf. Jn 21, 15-17).  Francisco afirma que el Señor nos mira siempre con amor. Nos pide algo, nos perdona algo y nos da una misión.

La mirada de Jesús nos invita a comprometernos ayudar las personas más necesitadas. Jesús miró con amor a aquel joven y le dijo: «una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme». Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas. Jesús miró alrededor y comentó a sus discípulos: ¿Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios? (cf. Mc 10, 21-23). El asunto no es que siendo rico es obstáculo para entrar el reino de Dios, sino qué hacemos con nuestras riquezas. Clemente de Alejandría en su homilía ¿Qué rico se salvará? Intenta demonstrar que también el rico puede salvarse. Lo que verdaderamente importa es la actitud interior ante los bienes materiales. La mirada de Jesús nos invita a compartir nuestras riquezas tanto los bienes materiales como espirituales.

Teniendo ya en cuenta el relato de la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37), el primer verbo señalado es un verbo imprescindible: ver.  La palabra ver presupone una actividad de los ojos. Sin embargo, la vista del buen samaritano va más allá de una mera acción de ver con los ojos, su visualización es completamente diferente a la del sacerdote y el levita porque los dos también vieron al hombre herido y medio muerto, pero pasaron de largo, siguieron su camino, como si fueran ciegos. El samaritano no ve sólo con los ojos sino con corazón simpático, empático y, sobre todo, compasivo.

Podemos ver en dos formas: a la distancia y acercándose, depende de la situación, la condición y de que manera queremos ver para ofrecer nuestro servicio y ayuda. En el caso del samaritano, cuando vio el hombre herido se compadeció de él y lo acercó (cf. Lc 10, 25-37). Acercarse implica ponerse el lugar de otro, hacerse como él, participar profunda y realmente en su vida. Esta actitud de acercamiento es fundamental tanto en nuestro servicio eclesial como en la labor civil. Hoy en día, nos falta ese acercamiento humano. Estamos muy cerca de nuestros celulares y otras pantallas más que de la persona que está en nuestro lado, que necesita nuestra atención y asistencia. Para que podamos acercarnos uno a otro sin prejuicios, hay que cultivar la apertura de reconocer el rostro de Cristo sufriente en cada ser humano.

El samaritano no se acercó el hombre herido como judío ni samaritano, sino simplemente se acercó como persona creada en la semejanza e imagen de Dios con dignidad. Esta es la clave y la motivación que debe impulsarnos para acercarnos uno a otro. Un acercamiento de respeto, amor, ternura y, sobre todo, de la responsabilidad moral. Cambiamos las miradas del presente con amor para construir un futuro lleno de esperanza. En este sentido, la mirada que tiene capacidad para transformar la persona y cambiar el mundo debe ser una mirada compasiva que quiere el bien del otro.

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